Sumergirse en el casco antiguo de Baiona y merodear por sus calles empedradas y estrechas proporciona siempre momentos agradables. En el centro urbano, principalmente en las calles inmediatamente posteriores al puerto, todo es armonía: casas de poca altura, en las que la piedra es el elemento principal, con columnatas formando reducidos soportales; casas rústicas, marineras, con balconcillos de hierro labrado y altas ventanas con doble hoja hacia el exterior y postigos.
Y, entre todas esas callejas, pequeñas plazas imposibles de percibir más que al entrar en ellas, como la del Padre Fernando, la de Pedro de Castro –presidida por un monolito que conmemora la arribada de la Pinta– o la amplia y abierta plaza de Santa Liberata, frente a la capilla de la mártir baionesa.
El resto del callejero son avenidas uniformes y cuidados nexos urbanísticos entre la fachada marítima y el territorio que enfila al monte, en los que los edificios modernos respetan los colores blanco y ceniza de las casas centenarias o más antiguas.
Fuente: baiona.org